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28 de agosto, 2020

En una entrevista publicada el 27 de agosto en el suplemento «Gratuidad y educación superior 2021», de Ediciones Especiales de El Mercurio, nuestra Directora Ejecutiva, María José Lemaitre, analiza los efectos de la emergencia sanitaria en la educación superior y aborda los desafíos y tareas que deberá enfrentar en la pospandemia. Estas son sus respuestas.

-¿Cuáles son los principales desafíos en materia de la calidad de la educación superior en la pospandemia?

–La pandemia no cambia el desafío de trabajar continuamente por avanzar de manera sostenida hacia el logro de los propósitos institucionales. La pandemia lo que ha hecho ha sido poner en evidencia que estos propósitos dependen esencialmente de la capacidad de las instituciones para responder a las necesidades de los estudiantes y apoyar a docentes y personal administrativo ante las nuevas exigencias que enfrentan.

Desde hace un tiempo se ha hecho un lugar común insistir en la importancia de poner al estudiante en el centro del proceso educativo, y en que hay que poner el foco en el aprendizaje más que en la enseñanza. La pandemia nos mostró que ese cambio –a todas luces necesario– era muchas veces más un cambio de nombre que una forma distinta de abordar la docencia. Con la pandemia, las instituciones descubrieron de manera dura e ineludible algo que sabían teóricamente: la diversidad de sus estudiantes, las enormes diferencias en sus condiciones de vida, de aprendizaje y de estudio, y no pudieron seguir haciendo como si fueran todos más o menos iguales. Fueron obligadas a hacerse cargo de algunas de esas diferencias, dotando a sus estudiantes de laptops, chips, y otros elementos para poder llegar a ellos online, pero no pudieron abordar aspectos tales como la falta de espacio o la calidad del acceso a internet.

Los docentes se vieron enfrentados a virtualizar sus clases y descubrieron una nueva forma de relacionarse con los estudiantes. El desafío para las instituciones ahora es aprovechar esta experiencia como una instancia de aprendizaje institucional, para avanzar hacia una educación que verdaderamente esté centrada en los procesos de enseñanza y aprendizaje, generando espacios de reflexión para modificar mecanismos que alguna vez fueron buenos, pero que ya no sirven; trabajar con los estudiantes reales que llegan a la educación superior, y no con una población imaginaria.

El desafío enorme que se viene por delante es asumir esta realidad, para comenzar a ajustar la formación a las necesidades de los estudiantes, y no obligarlos a ellos a ajustarse a las costumbres de las instituciones.

-¿Frente a los difíciles momentos que estamos viviendo producto de la pandemia, cree que las universidades han podido entregar una educación de calidad? ¿Por qué?

–Pienso que la mayoría de las universidades ha hecho lo posible para ajustarse a una situación inédita, para la que no estaban preparadas. Se han encontrado con la resistencia de los estudiantes (que convocaron a huelgas online) y con el agotamiento de los docentes, que tuvieron que aprender sobre la marcha cómo hacer cosas que nunca habían hecho.

La educación de calidad es un compromiso compartido del personal administrativo, los docentes y los estudiantes. En los casos en que se logró que cada uno asumiera su responsabilidad, la calidad de la educación entregada ha sido probablemente tan buena como la que se daba presencialmente. Cuando alguno de estos actores se resta del esfuerzo… sucede lo mismo que en la educación presencial: la calidad baja.

-¿Cuáles son los principales problemas que han tenido que afrontar los planteles de educación superior para entregar una educación de calidad?

Hay muchos, y de distinta índole:

  • La resistencia de algunos actores a asumir la responsabilidad que les cabe en la organización y desarrollo del proceso de enseñanza y aprendizaje
  • La ignorancia (o la dificultad de asumir en toda su complejidad) la diversificación que ha ocurrido en los últimos años en la población estudiantil
  • La falta de formación tecnológica de muchos docentes
  • La tensión y el cansancio que genera en profesores y estudiantes la necesidad de concentrarse en clases virtuales, donde solo hay espacio para intentar enseñar y aprender

Hay otros dos problemas de índole diferente, pero que me parece que son extremadamente relevantes.

El primero se refiere a los más de 300.000 estudiantes que ingresaron a la educación superior este año. Todos ellos están cursando su primer año en circunstancias en que la gran mayoría de ellos nunca ha tenido la experiencia de la vida universitaria, o de educación superior. No saben cómo es la educación superior, no tienen compañeros de curso, no conocen a sus profesores, no han estado en la sala de clases, la biblioteca o el patio de su institución, no participan en actividades sociales, deportivas o comunitarias. Esta situación retrasará al menos en un año su formación general y su real inserción en la educación superior, y me parece que hay escasa conciencia de la importancia que tiene.

El segundo es la tremenda brecha de género que impone la pandemia. Siempre hemos sabido que en la educación superior hay una brecha significativa: la presencia de las mujeres es piramidal –muchas en la base y poquísimas en los puestos de autoridad o poder–. Sin embargo, la pandemia ha hecho evidente que, en las condiciones actuales, las mujeres están soportando una carga excesiva, que les impide rendir en la misma forma que los hombres. Inevitablemente, han tenido que asumir responsabilidades de cuidado (de niños, enfermos, adultos mayores); de trabajo doméstico; de hacerse cargo de la educación a distancia de niños y adolescentes, y además, de mantener su trabajo profesional o técnico.

La evidencia muestra que mientras los investigadores aprovechan bien el confinamiento para preparar estudios y publican más durante este período, las investigadoras prácticamente no logran hacerlo. Hay, por supuesto, muchos hombres que asumen un cierto grado de corresponsabilidad en el hogar, pero –aun en esos casos– la carga es desigual.

Esto puede tener consecuencias severas para el futuro, porque servirá para justificar el prejuicio acerca de la capacidad de las mujeres para ocupar puestos de responsabilidad cuando, en realidad, lo que demuestra es todo lo contrario.

–¿A su juicio, cómo afectará a la calidad de la educación la crisis económica que hoy están enfrentando muchos planteles del país?

–Inevitablemente las instituciones van a tener menos recursos. Y esto, que resulta obvio, va a obligar a revisar las prioridades presupuestarias. La compra de tablets, chips y laptops, la capacitación de docentes, la necesidad de acceder a programas y cursos que faciliten el acceso virtual a la educación, obligaron a hacer cambios importantes y a reasignar recursos destinados a otros fines. La revisión de prioridades desde la perspectiva de atender efectivamente las necesidades de estudiantes y docentes es esencial, pero difícil de llevar a la práctica. Inevitablemente va a afectar la conformación de equipos de trabajo, las inversiones en recursos de aprendizaje y, en otro orden de cosas, la necesidad de reordenar los tiempos de autoridades y docentes para aprovechar la experiencia y el aprendizaje de este período (y no está de más recordar que el único recurso más escaso que el dinero en las universidades es el tiempo).

–¿En este contexto, qué deberían hacer los planteles para asegurar la calidad de la educación en este segundo semestre y durante el próximo año?

–Ya muchas instituciones están trabajando en un doble registro: por una parte, profundizar el trabajo a distancia, buscar formas de no dejar de lado el aprendizaje práctico, esencial en muchas áreas, apoyar a docentes, administrativos y estudiantes, reordenar los calendarios académicos, revisar contenidos y competencias. Por otra, comenzar a procesar lo que la pandemia ha significado, las experiencias positivas o negativas, analizar las prioridades en una perspectiva de mediano y largo plazo, de modo de poder pensar el futuro no desde la reacción a emergencias inesperadas, sino desde una actitud proactiva, que contribuya a enfrentar situaciones que, así como el coronavirus, van a volver inevitablemente a presentarse.

–¿Cuáles son los requisitos básicos de una educación de calidad en la educación superior?

La calidad de la educación superior se juega en dos ámbitos: el compromiso con los estudiantes y el compromiso con el conocimiento.

La pandemia ha puesto en evidencia que estamos al debe en ambos campos: el compromiso con los estudiantes exige conocerlos, saber qué necesitan, cómo se ajusta la educación superior a sus necesidades, en vez de obligar a los estudiantes a ajustarse a una educación superior que, en muchos aspectos, sigue diseñada y puesta en práctica de manera muy similar a lo que se hacía hace años, con estudiantes más homogéneos y seleccionados.

Exige también darles oportunidades para transformarse, para ampliar el mundo que han habitado hasta su ingreso y conocer un mundo más amplio y diverso, en el que tienen que convivir con otros también diferentes; para hacerse responsables de su aprendizaje y de su propia vida y ayudar a construir una sociedad más justa y solidaria.

El compromiso con el conocimiento tiene distintas vetas, pero no se agota ni con mucho en el campo de la investigación. Exige entender los aspectos positivos y negativos en la experiencia de la educación superior, aprender de los errores y de los éxitos, desarrollar nuevos conocimientos acerca de la forma en que cada institución aborda la docencia, la investigación, la vinculación con el medio, y utilizar ese conocimiento para avanzar hacia el logro de propósitos pertinentes y relevantes.

Ese debería ser el foco de los procesos de aseguramiento de la calidad, de la acreditación: cómo promover y apoyar a las instituciones a ser más flexibles, más capaces de responder a las exigencias del medio, más capaces de innovar y de asumir la responsabilidad por la calidad de su desempeño.