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Incansablemente, tejió redes expertas internacionales y su liderazgo fue reconocido más de una vez

Por José Miguel Salazar

María José fue clave en instalar la conciencia sobre el sentido de la acreditación en Chile

Por Andrés Bernasconi

12 de abril, 2023

Sin duda, María José Lemaitre está en el origen mismo del aseguramiento de la calidad en Chile, el que hunde sus raíces en estudios, conversaciones y talleres que entre varios educadores e investigadores teníamos en los últimos años de la dictadura. Participaban en él colegas de CPU, de FLACSO, del PIIE, del CEP y de CIDE, junto con otros centros de pensamiento activos en esa época en los temas del sistema educacional y, en particular, la educación superior. No había aún nada sistemático pero compartíamos preocupaciones respecto del presente de entonces y de las políticas que imaginábamos se requerirían una vez que retornase la democracia. 

Un núcleo en medio de esas conversaciones se fue conformando en torno a Iván Lavados, María José y yo, que compartíamos intereses no sólo intelectuales sino prácticos, de participar en políticas, de intervenir en la discusión pública. Con el inicio de la democracia las cosas se precipitaron, pues el gobierno del Presidente Aylwin y su Ministro de Educación, Ricardo Lagos, estaban ambos interesados en crear un nuevo marco de funcionamiento para el sistema de educación superior, sobre todo introduciendo una mayor racionalidad regulatoria en los procesos de creación de nuevas instituciones privadas: universidades, IPs y CFTs.

Al efecto existía a la mano un organismo, el Consejo Superior de Educación (CSE), establecido por la LOCE días antes del término del gobierno de Pinochet. Al momento no era más que un órgano público en el papel y había que crearlo desde cero, ponerlo en marcha, darle sustento profesional, definir sus políticas, adoptar los procedimientos del caso y—en un ambiente de mucha desconfianza como existió al inicio de la transición a la democracia—conquistar su legitimidad y mostrar efectividad en el cumplimiento de su mandato legal. Los tres antes mencionados fuimos convocados por el Gobierno a presidir la tarea de instalar y poner en marcha el CSE: María José asumió la posición clave de Secretaria Ejecutiva del organismo; Lavados y yo fuimos Vicepresidentes encargados de conducirlo entre 1990 y 1992 y 1992-1994, respectivamente, ejerciendo el Ministro de Educación la presidencia formal.

María José fue el motor de la nueva institución, preocupándose desde el alto diseño estratégico de la misma junto a los Vicepresidentes y demás miembros del Consejo hasta el reclutamiento del personal profesional y administrativo, la instalación física del organismo, sus reglamentos de trabajo, contactos con las universidades y demás instituciones, etc. Desde temprano el Consejo debió formular protocolos internos para sus delicadas funciones de supervisar a las instituciones privadas nacientes y tras un período largo de supervisión decidir sobre su autonomía o negarla. Eso significaba ejercer con gran responsabilidad esta novísima función evaluativa que antes no existía en el sistema. Había que visitar instituciones, escuchar reclamos, leer informes, entrenar profesionales del Consejo y, más importante aún, a pares visitadores/as, que era una nueva ocupación que estaba inaugurándose en el país. María José fue la encargada de llevar adelante todas estas iniciativas. Tuvo la habilidad de hacerlo contra muchas inercias y resistencias; buscó consultores externos que vinieron a trabajar en Chile para ayudar en el desarrollo de instrumentos del CSE y dirigió el armado de las comisiones profesionales que, con la participación de académicos de todas las áreas del conocimiento, contribuyeron a definir los criterios y estándares iniciales que se empezaron a usar para evaluar programas y, más tarde, también instituciones. Es difícil darse cuenta ahora de la enorme tarea que representó todo esto y de las muchas innovaciones que se fueron introduciendo en la gobernanza de la educación superior chilena, casi a la par con los países europeos. María José fue una pionera de estos cambios.

Luego, años después, en un segundo ciclo, otra vez con Lavados y conmigo, María José fue la gerenta de la iniciativa de puesta en marcha por el Gobierno de constituir la Comisión Nacional de Acreditación de Pregrado, CNAP, que introdujo experimentalmente procesos de acreditación en Chile. Algo así como un segundo piso sobre las bases que se habían puesto con el licenciamiento de instituciones y programas por parte del CSE. Acreditar programas y luego instituciones era algo más complejo aún, pues era resistido inicialmente por las universidades más antiguas, era mirado con desconfianza por las universidades estatales y muchas nuevas universidades privadas e IP y CFT sostenían la tesis de que el propio funcionamiento del mercado iría “acreditando” a las buenas instituciones y sus prácticas y dejando al borde del camino a las que no alcanzaban ciertos niveles básicos de solidez y calidad. Hubo pues que hacer una intensa labor de convencimiento, crear nuevos criterios y estándares, entender y dar a entender al sector en qué consistía la acreditación y poner en marcha decenas de procesos simultáneos de visitas a las instituciones que previamente habían completado sus informes de autoevaluación y luego analizar todos los elementos de juicio para que la CNAP pudiese tomar las decisiones.

He tenido la oportunidad a lo largo de mi vida de trabajar en muy diversas instituciones públicas y privadas, en Chile y el extranjero, en posiciones de dirección de organizaciones ligadas al mundo de la educación, la ciencia, las comunicaciones y la cultura. Pocas veces, si acaso alguna, tuve el privilegio de compartir mi trabajo con una colega, profesional, experta y dirigente de la capacidad y habilidades de conducción y gerenciales de María José Lemaitre. Luego de los tiempos del CSE, de la CNAP y de las varias instancias de aseguramiento de la calidad que fueron emergiendo en el país, seguí trabajando de cerca en diversas ocasiones y temas con María José. Pronto se convirtió en experta latinoamericana y luego mundial en los temas de calidad de la educación superior, empezó a hacer labores de alta consultoría en países de diversas regiones del mundo y siguió participando apasionadamente en las preocupaciones y deliberaciones de la política de educación superior en Chile.

A lo largo de todo este tiempo, ya cerca de 40 años, he podido contarme entre sus amigos y emprender juntos las más variadas iniciativas, pues la principal característica de María José es su enorme capacidad de hacer cosas, de emprender tareas y llevarlas cabo, de perseverar contra viento y marea, sacar adelante lo que entendía eran sus responsabilidades y obligaciones, siempre por encima de los estándares más exigentes de dedicación, de servicio público y, claro está, lo más valioso, de amistad.

Alguna vez comentamos, 30 años después de que se había puesto en marcha el movimiento del aseguramiento de la calidad de la educación superior en Chile, apenas como una pequeña vertiente de agua en la montaña, y viendo en lo que había devenido, nos preguntamos si una o el otro, pues Iván Lavados ya no estaba con nosotros, habíamos imaginado en lo que esto llegaría a ser algún día. Un enorme dispositivo público de normas, redes, personal, instrumentos, prácticas, intereses y procesos en que había resultado ese modesto origen. Ahora, efectivamente, es un torrente de grandes proporciones, una organización distribuida con presencia en el Estado, en las instituciones de educación superior, en miles y miles de hojas escritas, complejos procedimientos y rutinas, mediciones e índices, un trabajo del que viven especializadamente cientos de personas. Nada de esto, claro, pudimos imaginar. Y ahora, nos preguntábamos aquel día, qué más podemos hacer.