2 de julio, 2019
Cuestionar el enfoque que suele darse a la inclusión, el que responde “más bien a comprensiones y miradas restringidas de la diversidad”, priorizando el trabajo con grupos minoritarios o históricamente excluidos, fue la base sobre la que trabajaron los académicos e investigadores que participaron en el proyecto impulsado por CINDA y que dio origen al libro “Educación Superior Inclusiva”.
Las razones esgrimidas obedecen a que esa visión, tal vez comprensible en el pasado, ya no es deseable, por cuanto se perpetúa una mirada parcial respecto de la inclusión en vez de promover una cultura universitaria participativa, de derechos y de valoración de la diversidad, presentes en todas y cada una de las personas que componen la institución.
Diversidad, concepto clave
La diversidad, en la perspectiva analizada, es un elemento clave en esta comprensión de la inclusión, la cual considera aspectos tales como vulnerabilidad socioeconómica, situación de discapacidad, migración, pertenencia a grupos minoritarios, diferentes estilos de aprendizaje, estudiantes que combinan estudio y trabajo o estudio y familia.
Todas ellos son situaciones protagonistas en la sociedad actual y que afectan de una u otra forma a un porcentaje importante de la población estudiantil potencial del país.
Sin embargo, en las prácticas institucionales aún suelen presentarse barreras académicas y culturales que impactan negativamente en el proceso formativo. Lo cierto es que una universidad verdaderamente inclusiva hace de la diversidad ampliamente concebida parte de su cultura. Así sus miembros, cualquiera sea su condición, se sienten integrando una comunidad y no en una condición de estatus especial.
Espacio de encuentro social
El sistema educativo es el principal factor de movilidad intergeneracional, pero también es el principal factor de reproducción de privilegios entre grupos, manteniendo en algunos casos las brechas entre los mismos.
Es por ello que la forma que tenga el sistema, las características de las instituciones que lo componen y cómo estas instituciones se vuelven espacios de interacción y encuentro social, determinarán las posibilidades de éxito que tengan los sistemas educativos en la generación de sociedades más igualitarias, inclusivas y democráticas.
La inclusión en educación superior es un desafío para las universidades y éstas deben abordar la diversidad desde la globalidad y particularidad de los miembros que la componen, aportando con una comprensión sistémica a realidades sociales cada vez más dinámicas y complejas.
Características de una universidad inclusiva
Entendiendo entonces como universidad inclusiva a aquella institución que se hace cargo de la diversidad de sus estudiantes y se preocupa de que el sistema favorezca a todos por igual y entienda la diversidad como un factor que lejos de perjudicar el proceso de enseñanza aprendizaje lo favorece y enriquece, es posible afirmar que una universidad inclusiva se caracteriza por:
- Un modelo educativo sustentado en la valoración de la diversidad, la equidad, los derechos humanos y la justicia social
- Estrategias tendientes a eliminar barreras de acceso, aprendizaje y participación para todos sus estudiantes, a lo largo de toda su experiencia formativa
- Promoción del ejercicio de la ciudadanía y la participación social en las actividades y decisiones institucionales
- La integración de sus acciones inclusivas en todos los espacios relacionados con los roles, compromisos éticos y aportes sociales que realiza.
- Y, de acuerdo a la propuesta de UNESCO del año 2000 respecto de la inclusión, exige especial atención hacia grupos tradicionalmente excluidos de la educación, tales como personas en situación de discapacidad, personas pertenecientes a minorías étnicas desfavorecidas, poblaciones migrantes, comunidades remotas y aisladas y barrios urbanos marginales.
Políticas sostenibles
Ciertamente que para alcanzar un grado de inclusión deseable es preciso diseñar políticas institucionales sostenibles, consistentes con una conceptualización de la inclusión como una forma de reconocer la importancia de promover todas las capacidades y talentos humanos existentes, incluso aquellos que enfrentan barreras educativas impuestas por tradiciones universitarias que es necesario revisar.
Distintos elementos deben articularse para que sea posible avanzar en esta dirección, incluyendo tanto temas de política pública como de política institucional.
En el primer caso, hay que considerar el financiamiento de las acciones de inclusión; la consideración de la diversidad y la inclusión en criterios y procedimientos de aseguramiento de la calidad; el diálogo con colegios y asociaciones profesionales, para avanzar en la remoción de barreras innecesarias al ejercicio profesional; el ajuste de normas de financiamiento estudiantil, para considerar la realidad de quienes probablemente deban exceder los años de permanencia normal en sus carreras; promover la articulación vertical y la orientación vocacional.
En el campo institucional, corresponde promover la participación de representantes en temas de inclusión en instancias colegiadas; considerar la inclusión y la diversidad en la infraestructura institucional, el diseño y la flexibilización del currículo y de las modalidades de enseñanza y aprendizaje (por ejemplo, incorporando modelos como el “diseño universal de aprendizaje”), en la disponibilidad de recursos didácticos; generar una cultura institucional que valore la diversidad y la considere como un elemento que enriquece la formación de todos los estudiantes y los prepara para vivir en una sociedad compleja y diversa.
La inclusión es un deber
El proyecto busca agregar valor a la oferta académica, a partir de una consideración de la diversidad como un deber derivado de los valores sociales de equidad, derechos humanos y justicia social, lo que impone grandes desafíos y compromisos a las instituciones de educación superior, debiendo asegurar a los estudiantes el acceso no solo a las mismas oportunidades para estudiar y formarse, sino que además deben hacerlo en un contexto que potencie sus talentos, valore su experiencia y diversidad y sea esta misma la que se ponga a disposición en la formación.
El tránsito desde una educación tradicional hacia una educación superior inclusiva implica transformar los sistemas, las estructuras institucionales, desaprender para aprender nuevas formas; supone movilizar creencias, cambiar prácticas y, en definitiva, crear una nueva cultura institucional con una visión y enfoque pluralista que reconozca, valore la diversidad y asegure los contextos para ello.
La única forma de conseguir lo anterior es que las universidades creen una unidad a cargo del tema de la inclusión que ocupe una posición político estratégica relevante para que su accionar cubra todos los ámbitos de la institución. Idealmente, debiera tener el carácter de una vicerrectoría o similar.
Es importante, eso sí, considerar que la implementación de cualquier política al respecto debe partir con una evaluación interna de cada institución para así realizar un diagnóstico serio para definir sus necesidades y objetivos particulares, así como el camino a seguir.
Para más detalles ver libro "Educación Superior Inclusiva"